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¿Soy lo que esperan de mí?


Esa es la gran incógnita a la que nos enfrentamos todos los seres humanos cuando tenemos el primer atisbo de conciencia. ¿Soy mi cuerpo físico?, ¿soy mi mente?, ¿mis pensamientos?, ¿mis emociones?, ¿mis logros? ¿Soy lo que esperan de mí mis seres más cercanos? ¿Soy lo que los demás piensan sobre mí? ¿Soy algo más aparte de la función que desempeño en la vida (madre, esposo, médico, abogado, hija...)?

Dice la filosofía perenne que no hay evolución sin consciencia de ella, a la vez que nos recuerda la importancia de dar bien los pasos para no tener que volver a repetirlos, de cerrar bien cada etapa de nuestra vida a fin de no arrastrar cosas del pasado, lastres o anclajes que nos impidan movernos en el presente e, incluso, hacer planes de futuro.
Por su parte, la nueva Psicología define la personalidad externa o psique como el conjunto de estructuras neuronales que integran los hábitos de comportamiento del individuo frente al medio que le rodea. Dicho de otra forma, la personalidad externa sería la suma de los actos externos y la forma de pensar de un individuo dentro de su hábitat. Personalidad que estaría impresa en las neuronas, que son las que delimitan la actuación de la persona frente al medio en un constante proceso estímulo-respuesta.

Todo esto esta muy bien y seria lo política mente correcto, pero resulta significativo que los primeros astronautas, mientras eran preparados para sus vuelos a la luna, debieron dar veinte respuestas a la pregunta: "¿Quién es usted?"

Y es que el asunto de la identidad es un intrincado problema aun para los adultos. ¿Cuánto más no lo será entre los jóvenes? Desde que nos asomamos al mundo de los grandes hemos tratado de resolver este asunto. Y la primera cosa a la cual echamos mano es a buscar héroes a los cuales imitar.

Desconcertados ante la incógnita de nuestro propio yo, procuramos cubrirnos con trocitos arrancados de otras personalidades que nos resultan atractivas. Es como armar un puzzle con piezas de puzzles diferentes. Por supuesto, es bastante difícil que resulte de ello algo coherente. Es así cómo muchas personas, siendo aún mayores, nunca han logrado armar una personalidad real. Es como si viviesen con rasgos, ideas y propósitos prestados, y, a veces, incoherentes. Lo más probable es que la imagen que tienes de ti mismo sea huidiza y cambiante. Ni tú mismo sabes qué y cómo eres. Y, además, no estás conforme con ella. Puede ser que en un momento estés relativamente conforme contigo, y luego, caes en el desánimo por largo tiempo.

El no estar conforme contigo mismo puede llevarte a momentos de gran depresión. Crees no estar a la altura de lo que esperan de ti, sientes que no eres digno de ser amado, y de hecho crees que no lo eres.Vienen argumentos a tu corazón que dicen que todo cuanto hagas será inútil, que no habrá una nueva oportunidad para ti, que tu problema no tiene solución. Muy pronto te das cuenta que hay una disociación entre lo que crees ser y lo que otros piensan que eres. Así, surge la necesidad de ajustar ambas imágenes, cediendo del ser al parecer ser, o bien, buscando imponer a los demás claramente lo que crees ser.

A veces la imagen que proyectas te sirve de escudo, cuando de verdad sabes que no eres ni tan fuerte, ni tan inteligente, ni tan noble. Pero a veces ocurre lo contrario, la imagen que proyectas va en desmedro de lo que crees ser realmente. Y entonces luchas por mostrar quién realmente eres o crees ser. Sientes, o bien, que eres conceptuado muy positivamente o, al revés, que eres objeto de una tremenda injusticia.

También te darás cuenta de que esa imagen que proyectas está grandemente determinada por tu cuerpo, a veces muy a tu pesar. Como que te dan ganas de que haber tenido otro cuerpo, más afín a como tú crees que eres. Y tratas de introducir en tu cuerpo las modificaciones (aunque sea disfrazándolo) necesarias para alcanzar tu objeto.